Por David Agustín ‘Bogus’ Belgodère
X: @LibertarioMexa
La cancel culture, o cultura de la cancelación, se ha convertido en un mecanismo silenciador de todo aquello que resulta incómodo, políticamente incorrecto u ofensivo según los estándares de la cultura woke. Aunque en apariencia opera como un boicot, en el fondo recuerda más a las “depuraciones culturales” del régimen nazi, cuando quemaban libros y censuraban el arte que consideraban degenerado.
De la quema de libros al linchamiento digital
En mayo de 1933, en la plaza Opernplatz de Berlín, se realizó la infame quema de libros, un acto que quedó documentado en la Enciclopedia del Holocausto. Años después, en 1937, se celebró la exposición Entartete Kunst (Arte Degenerado), donde los nazis ridiculizaron el arte moderno. Hoy, muchas cancelaciones digitales tienen una raíz similar: silenciar, escarnecer, y destruir reputaciones en nombre de una supuesta moral superior.
Cancelar no es justicia, es venganza
La cultura de la cancelación ha alcanzado extremos alarmantes. Se castiga cualquier “impropiedad”: desde opiniones impopulares hasta hechos del pasado sacados de contexto. El caso del #MeToo, por ejemplo, aunque en algunos casos dio voz a víctimas reales, ha terminado siendo un mecanismo que condena por igual a inocentes y culpables, sin juicio, defensa, ni pruebas.
Armando Vega Gil, bajista de Botellita de Jerez, es una de las víctimas más trágicas de esta cultura. El 1 de abril de 2019, escribió una carta pública antes de quitarse la vida, luego de una acusación anónima en redes sociales. Nunca se comprobó nada. Pero el daño fue irreversible. Lo cancelaron, lo juzgaron y lo destruyeron.
El derecho a ofender es parte de la libertad
En una carta publicada por Harper’s Magazine, firmada por intelectuales como Mario Vargas Llosa y Fernando Savater, se advierte:
“La superación de las malas ideas se consigue mediante el debate abierto, la argumentación y la persuasión, y no silenciándolas”.
Asimismo, la periodista y diputada Cayetana Álvarez de Toledo exhortó en Puebla:
“Reclamen su derecho a ofender y ser ofendidos. En esa transacción adulta residen el pluralismo y la verdadera tolerancia”.
Callar por miedo no es libertad
Hoy vivimos tiempos en los que expresarte con libertad puede costarte la carrera, las relaciones, o incluso la vida. Nos hemos vuelto esclavos de la hipersensibilidad y de la corrección política. El pensamiento único se impone bajo el disfraz del bien común, mientras se reprime la disidencia.
La dictadura de lo políticamente correcto ha logrado algo inédito: convertir el desacuerdo en delito moral. Las redes sociales no perdonan y no olvidan. Y ese poder, lejos de construir una sociedad más justa, nos ha llevado a una forma moderna de inquisición.
¿Qué nos queda?
Nos queda resistir. Defender el derecho a hablar, disentir, y sí, también a ofender si es necesario. La libertad no se defiende callando. Se defiende debatiendo, incomodando y cuestionando.
¡Nunca callen!
