Cuando una empresa busca capital, suele estar enfocada en demostrar su potencial: pitch decks bien diseñados, proyecciones financieras optimistas, y una narrativa que inspire confianza. Se prepara para responder preguntas difíciles, para justificar valuaciones y para seducir al capital. Pero pocas veces —muy pocas— los emprendedores se detienen a hacer un ejercicio igual de riguroso hacia el otro lado de la mesa: ¿quién es realmente ese inversionista? ¿qué busca? ¿qué puede aportar… o destruir?
En el ecosistema emprendedor se habla mucho de la importancia de levantar capital. Lo que no se dice con la misma fuerza es que un mal inversionista, socio o comprador puede destruir una empresa más rápido que la falta de ventas. Este artículo es una invitación a que, aunque sientas presión por cerrar una ronda o hacer un cash out, tomes un momento para aplicar lo que llamo el Due Diligence Inverso: una evaluación seria, estructurada y emocionalmente inteligente del perfil, historial y motivaciones del inversionista.
No Todo el Dinero Vale lo Mismo
Hay capital que potencia y hay capital que envenena. Aquí te presento algunas situaciones reales —algunas vividas en carne propia— que pueden ayudarte a entender los riesgos de no hacer un due diligence inverso:
1. El Inversionista Apurado
Puede que un inversionista tenga la mejor intención al entrar en tu empresa, pero si está invirtiendo dinero que realmente necesita, ese capital no es estable. En el primer momento de presión personal —una emergencia familiar, una crisis financiera, un mal trimestre en sus otras inversiones—, ese socio comenzará a buscar cómo recuperar su inversión. Y si no hay liquidez inmediata, es posible que presione con acciones que van desde intentar romper los acuerdos hasta buscar salidas poco éticas o incluso legales en tu contra.
2. El que No Puede Cumplir
Otro escenario común es el inversionista que se compromete con una cantidad de capital, pero no tiene la capacidad real de entregarlo. Tal vez pensó que podría conseguirlo con terceros o con apalancamiento, pero el dinero nunca llega. Mientras tanto, tu empresa empieza a operar bajo la expectativa de esos fondos, genera compromisos y toma decisiones. El daño financiero y operativo de esa falsa promesa es difícil de revertir.
3. El Oportunista
Existen perfiles de inversionistas que entran al juego con un objetivo claro: aprovechar la oportunidad solo si todo marcha mejor de lo esperado. Si ven que el retorno será más rápido de lo proyectado y no requerirá todo su capital comprometido, jugarán. Pero si no es así, se retirarán o retrasarán sus exhibiciones, afectando la operación y empujando a la empresa a una crisis.
4. El que No Tolera Riesgo
El emprendimiento, por definición, implica riesgo. Por eso, cuando un inversionista entra sin una verdadera disposición a asumirlo, el conflicto es inevitable. Si algo sale mal, en lugar de colaborar, construyen conflictos: envían cartas legales, buscan presionar a los fundadores por vías extrajudiciales o incluso judiciales, con el único fin de recuperar algo, aunque no les corresponda. A veces, ni siquiera es por necesidad, sino por una visión excesivamente individualista y cortoplacista.
La Historia que Nunca Quise Contar
Hablar de estos temas no es fácil, especialmente cuando uno ha pasado por ellos. Yo mismo viví una de las experiencias más duras de mi vida profesional y personal al vender una empresa agregadora de pagos.
El comprador ofrecía condiciones atractivas: compraría la empresa y aportaría capital de trabajo para su operación y crecimiento. Sonaba a una salida ordenada, con oportunidad para consolidar lo que habíamos construido durante años. La realidad fue otra.
El comprador no cumplió con el pago. No exhibió el capital prometido. Peor aún: dejó de pagar a los trabajadores y proveedores. La empresa quedó inoperante. Sin liderazgo. Sin liquidez. Sin alma. Y sin siquiera la capacidad de dar la cara o proponer una reestructura inteligente.
Perdí mis ahorros de más de 20 años. Y más que eso: sufrimos problemas legales, daños reputacionales, conflictos familiares. Todo por haber confiado sin haber hecho un due diligence inverso. Me dejé llevar por la necesidad de cerrar, por la presión del flujo, por las ganas de “soltar”. No supe ver las señales. O no quise verlas.
Hoy lo comparto no por catarsis, sino porque si esta historia evita que otro emprendedor tome una mala decisión, habrá valido la pena.
¿Cómo Hacer un Due Diligence Inverso?
Aquí algunas preguntas clave que puedes hacerte (y hacerle) antes de cerrar con un inversionista:
- ¿Cuál es su historial como inversionista? ¿Cómo han sido sus salidas anteriores?
- ¿Cuál es su motivación real? ¿Busca retorno rápido, control, influencia, visibilidad?
- ¿Cuál es su tolerancia al riesgo? ¿Cómo reacciona ante pérdidas o malas noticias?
- ¿Tiene los recursos líquidos que promete? ¿Está dispuesto a mostrarlos o formalizar compromisos en fideicomisos o estructuras seguras?
- ¿Tiene otros intereses que podrían generar conflicto?
- ¿Qué opinan de él otros fundadores con los que ha trabajado?
Y algo más importante aún: ¿cómo te sientes al trabajar con él? A veces el instinto es el mejor indicador. Si desde el principio hay red flags, actitudes controladoras, opacidad o falta de coherencia… aléjate.
Elegir a un Inversionista es Como Elegir a un Socio de Vida
Tu empresa es tu creación. Tu tiempo, tus ideas, tu reputación están ahí. Compartirla con alguien más no debería ser una decisión tomada a la ligera. Así como no te casarías con alguien sin conocerlo bien, no deberías aceptar capital de alguien que no conoces, no confías o no respetas profundamente.
Hay presión, lo sé. El flujo aprieta. La nómina no espera. Pero esa desesperación nunca debe llevarte a firmar con la persona equivocada. Porque una mala sociedad puede costarte más que la quiebra: puede robarte la pasión, el propósito y el futuro.
En Conclusión
Sí, levantar capital es importante. Pero más importante aún es levantarlo de las personas correctas. Haz un due diligence inverso. Pregunta. Investiga. Escucha. Y confía en tu intuición.
En el mundo del emprendimiento, no todos los errores se pueden evitar. Pero este, sí.